En
abril de 1983, con poemas compuestos a finales de los setenta,
Antonio B. Castillo publica Tríptico, su primera obra poética.
Once
años más tarde, en la primavera de 1994, conocí a Antonio por una
de esas casualidades del destino: fue la tarde de un sábado, mi
padre estaba enfermo y vino a reconocerlo a mi casa. Él era ese día
el médico de guardia del ambulatorio. Aquel encuentro fue el
preludio de una sincera amistad.
En
torno a “Malestar y noche” de García Lorca, lo recuerdo
perfectamente, giró nuestra primera conversación sobre poesía y,
como rozando el tema del que tratábamos, me confesó que él escribía
de vez en cuando “algunas cosillas”. Mientras yo exponía lo que
había leído sobre el poema, él me hacía unas observaciones
personales, de lector activo, a mi juicio acertadísimas. Desde
aquel día tengo la certeza de que Antonio posee, libre de
academicismos, una asombrosa sensibilidad estética.
El
día tres de abril de 1995, y como con pudor, me regaló su libro de
poemas, que he vuelto a leer estos días con motivo de este prólogo
y aunque este no sea el momento más adecuado, no puedo vencer la
tentación de exponer muy brevemente lo que pienso de su primera
creación poética: creo que la primera parte del Tríptico está
compuesta bastante antes que las otras dos. Despreocupado de la métrica,
es como una especie de ejercicio para domeñar la rima, en la que
poemillas breves en cuartetas, quintillas y seguidillas
El
viento es mi canto
y al viento vuela,
mil veces lo trae
y mil lo lleva.
se
entreveran con villancicos, sonetos y romances, y en la que se
intuye que Antonio ha leído a García Lorca.
En
la segunda parte, se desentiende de la rima tradicional. En verso
libre nos habla de la Naturaleza, “La mies está madura”, de su
contacto con las gentes sencillas,”Será lo que Dios quiera”, de
su anhelo de paternidad,”Por querer”
Y
por querer, madre, yo quiero
engendrar
en ella un hijo
y
a la tierra ofrecerlo.
Pero
el tema fundamental es el amor, un amor vivido en serena plenitud y
que da sentido a su existencia: "Existo porque te quiero”
expresa en uno de sus poemas. Y es precisamente la necesidad de
encontrar las palabras para expresarlo lo que le impulsa a componer.
En
la última parte, si exceptuamos algún poema-“Maria del Mar”-
anecdótico, observamos un giro. Algo ha alterado su vida, las notas
negativas empiezan a tejerse en sus poemas.
Como
hormigas en una senda marcada
camino
sin saber si avanzo o regreso.
Tornasoles
de crisis viva son mis pensamientos.
Como
un nubarrón, la crisis se acerca y se va apoderando de sus versos.
Pero donde se desata verdaderamente la tormenta es en su segundo
libro, En el brocal.
Así
pues, supongo que, si la poesía fue el principio para Antonio puro
juego que se convierte, posteriormente, en el instrumento más válido
para expresar su sentimiento amoroso, En el brocal pasa a ser una
necesidad vital, la única válvula de escape de un espíritu
atormentado, el lenitivo para no reventar de sufrimiento. De ahí
que no hallemos en este libro concesión alguna a la retórica, sino
la desnuda sencillez de unos sintagmas nominales, a veces brutales,
que en cascada nos van mostrando un infierno. Pero vayamos por
partes.
Aunque
de extensión muy dispar, de nuevo nos encontramos con tres partes.
Los tres primeros poemas son un canto a la inocencia, al amor y a la
creación artística respectivamente. A continuación, veintitrés
poemas, la médula del libro, donde la amargura y la soledad se
vierten de forma brusca. Por último, cuatro poemas en los que
observamos que, gracias al amor, la crisis ha sido vencida.
Así
pues, treinta poemas conforman En el brocal; de los que veintitrés
son desgarros de un alma atormentada, veintitrés vaivenes al borde
del dolor, de la desesperación, del desengaño. Este círculo
infernal comienza con Tic... Tac... Ausente el amor, desaparece el
diálogo y la humanidad, y en su lugar se instalan la soledad y la
angustia por no expresar sus sentimientos.
palabras
olvidadas, marchitas como flores, clavadas al recuerdo.
Creo
que la mayor intensidad de esta crisis depresiva alcanza su máxima
expresión en El desengaño, poema brutal y grandioso al unísono, y
en Depresión, donde abiertamente confiesa
Y
mi joven fractura
de
personalidad
que
ama el autocastigo
Es
tal su abatimiento que, en los poemas Azul y No tan lejos, se siente
atraído por diluirse en el mar. Pero, no sintiéndose culpable,
grita “soy menos pecador que penitente”. Ignorado por el cielo y
despreciado en la tierra, la vida se ha convertido en dolor, y la
felicidad, en engaño
Es
cruel desear tus labios con porfía
y
recibir vinagre y sal a cambio
nos
dice en Realidad infame.
Estos
veintitrés poemas, en los que no encontramos ni un recodo ni sombra
de esperanza, muestra un alma secuestrada por el dolor, la realidad
de una vida. Son, en definitiva, poesía vivida de la forma más
terriblemente humana.
Si
el libro terminara con estos poemas sería, junto a Sobre los ángeles
de Rafael Alberti, de lo más brutal y pesimista que hubiera leído.
Pero no es así. Cuando Antonio Castillo escribe estos poemas ya es
otro hombre, lo expresado hasta aquí sólo son ya recuerdos de algo
pasado. De ahí que la tercera parte, cuatro poemas, comience con el
adverbio “hoy” del poema En el brocal, que da título al libro,
un poema de esperanza, de luz y de paz espiritual recuperada. No
obstante, antes han quedado atrás veintitrés rosas negras, pero, a
la postre, rosas.